lunes, 13 de enero de 2020

Participando como Scout. Parte A


Cuando se tiene un hijo con alguna condición especial, se deben evaluar muy bien las actividades en las que puede participar. No fui Scout, aunque siempre me pareció que era una actividad, en la cual deberían participar los niños, ya que si el grupo de Scouters es bueno, la integración de los muchachos es fantástica, y además, cuando estaba joven, viví una linda experiencia como representante de Rodolfo Zielinski, un cuñadito en primer matrimonio. Por casualidad una amiga estaba como jefe de un grupo, que llevaba por nombre, Grupo scout John Stelzer, quien lo fundó en Acarigua sobre los años setenta, y antes  de su muerte, legó alguna infraestructura para la práctica del grupo. Además su ejemplo había sido muy valioso para los grupos Scout. Mi amiga nos invitó a incorporarnos y su presencia nos generó confianza. Solo había que llevarlo los sábados por la tarde. 

Casi nunca le he preguntado a Sebastián si quiere participar en algo, porque la respuesta generalmente es no, o lo voy a pensar. Así que simplemente le dije con mucha motivación que asistiría a los Scouts, le explique la importancia de hacerlo y los objetivos que perseguíamos.

Al siguiente sábado nos trasladamos al parque Musiú Carmelo de Acarigua, donde se reunía el grupo. Lo incorporaron a su categoría y me informaron que asistiría sin ningún compromiso, y que si él no se adaptaba pues simplemente no lo llevaría más. El debut fue muy positivo. Participó y disfrutó todas las actividades, en algunas mostraba destrezas motoras y otras las realizaba con cierta torpeza, y los otros muchachos lo aceptaron rápidamente, atendiendo justamente, a la disciplina Scout. Al finalizar, los Scouter le preguntaron si le había gustado y respondió que sí y que volvería. Sentí que no me había equivocado y que el necesitaba de una actividad grupal y esta era la indicada.

Cada sábado fue aprendiendo todas las rutinas de actividades físicas y las de carácter intelectual, estas últimas relativas al reglamento Scout y todas las normas de comportamiento, principios y valores. No demoró mucho para su incorporación formal, incluido su bello uniforme y el acto de juramentación, grado que alcanzó, por una parte, porque él aprendió muy rápido, y por la otra,  por la constancia de asistir todos los sábados a esa actividad. Todos los Scouters le tomaron mucho aprecio y siempre le exigieron el cumplimiento de sus actividades y obligaciones al igual que los demás. Algunas tareas, que eran individuales sobre conocimientos acerca de la disciplina scout, conllevaba siempre una sorpresa para su Scouter, porque al llegar le asignaba la tarea que debería preparar en una semana, pero al terminar esa clase, ya la sabía. Más se tardaba en darle la asignación que Sebastián en aprenderlo y responderlo correctamente. Adquirió una formación integral de la actividad y fue ganando honores, que eran premiados con insignias, las cuales se colocaban en la camisa del uniforme scout. Él se sentía muy orgulloso con esas insignias. En algún momento debimos sustituir insignias anteriores por las nuevas, ya no había espacio.
La parte difícil llegó cuando me dijeron que tenían un campamento. Era de jueves a domingo. Sebastián nunca había estado sin su mamá o su papá, ni por una noche. La mayor parte de las tareas de la casa se las hacíamos o eran responsabilidad de la señora que nos ayudaba. Hablé con la mamá y simplemente le dije que Sebastián tendría un campamento, y le di la lista de lo que ella debería aportar. No le consulte que opinaba, porque seguro me diría que no, por los mismos temores que yo tenía.  Durante toda la semana lo estuve motivando acerca de lo importante que sería esa actividad. Aprender a encargarse de su ropa y otras obligaciones, participar en los juegos que tendría, compartir con los amigos una fogata, dormir en carpa, Yo hablaba en voz alta justamente para convencerme a mí mismo. Llegado el día fui a llevarlo a las cinco de la tarde. El terreno era propiedad de una empresa que lo había comprado a los herederos del Sr. John Stelzer. En la casa abandonada se podían observar muebles viejos de la época de los sesenta. Almanaques en las paredes. Repisas. Utensilios de barro y el fogón entre otros. Nada de eso se usaría. Activaron la cocina, el baño, y la sala principal, en esta se instaló la logística de recepción de víveres y agua potable.  Los más grandes habían despejado el lugar ya que estaba muy lleno de maleza. Bajé del carro todas las cosas y se las coloqué donde indicaron. De ahí en adelante la familia no podía ayudar. Ellos deberían organizarse por sí solos. El grupo era mixto algunos ya con mucha experiencia en campamentos, pero el grupo de Sebastián, que eran los más pequeños, tenía muchos nuevos e inexpertos en este tipo de actividades, y al igual que mi hijo, acostumbrados a que todo se lo hicieran.  Estuve allí un tiempo prudencial, le di algunas instrucciones específicas para que no se fuera a quedar sin comer  así como colocarse la ropa para dormir y hacer pipí en el monte antes de ir a dormir. Me despedí del grupo y me fui pensando en que esta primera experiencia no era solamente un aprendizaje para los hijos, sino también para sus padres. Podía volver a verlo el sábado por la tarde. 

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