Cuando se
tiene un hijo con alguna condición especial, se deben evaluar muy bien las
actividades en las que puede participar. No fui Scout, aunque siempre me
pareció que era una actividad, en la cual deberían participar los niños, ya que
si el grupo de Scouters es bueno, la integración de los muchachos es
fantástica, y además, cuando estaba joven, viví una linda experiencia como
representante de Rodolfo Zielinski, un cuñadito en primer matrimonio. Por
casualidad una amiga estaba como jefe de un grupo, que llevaba por nombre,
Grupo scout John Stelzer, quien lo fundó en Acarigua sobre los años setenta, y
antes de su muerte, legó alguna infraestructura para la práctica del
grupo. Además su ejemplo había sido muy valioso para los grupos Scout. Mi amiga nos invitó a
incorporarnos y su presencia nos generó confianza. Solo había que llevarlo los
sábados por la tarde.
Casi
nunca le he preguntado a Sebastián si quiere participar en algo, porque la
respuesta generalmente es no, o lo voy a pensar. Así que simplemente le dije con
mucha motivación que asistiría a los Scouts, le explique la importancia de
hacerlo y los objetivos que perseguíamos.
Al siguiente sábado nos trasladamos al parque Musiú Carmelo de Acarigua, donde se
reunía el grupo. Lo incorporaron a su categoría y me informaron que asistiría
sin ningún compromiso, y que si él no se adaptaba pues simplemente no lo llevaría
más. El debut fue muy positivo. Participó y disfrutó todas las actividades, en
algunas mostraba destrezas motoras y otras las realizaba con cierta torpeza, y
los otros muchachos lo aceptaron rápidamente, atendiendo justamente, a la
disciplina Scout. Al finalizar, los Scouter le preguntaron si le había gustado
y respondió que sí y que volvería. Sentí que no me había equivocado y que el
necesitaba de una actividad grupal y esta era la indicada.
Cada
sábado fue aprendiendo todas las rutinas de actividades físicas y las de
carácter intelectual, estas últimas relativas al reglamento Scout y todas las
normas de comportamiento, principios y valores. No demoró mucho para su
incorporación formal, incluido su bello uniforme y el acto de juramentación,
grado que alcanzó, por una parte, porque él aprendió muy rápido, y por la otra,
por la constancia de asistir todos los sábados a esa actividad. Todos los
Scouters le tomaron mucho aprecio y siempre le exigieron el cumplimiento de sus
actividades y obligaciones al igual que los demás. Algunas tareas, que eran
individuales sobre conocimientos acerca de la disciplina scout, conllevaba
siempre una sorpresa para su Scouter, porque al llegar le asignaba la tarea que
debería preparar en una semana, pero al terminar esa clase, ya la sabía. Más se
tardaba en darle la asignación que Sebastián en aprenderlo y responderlo
correctamente. Adquirió una formación integral de la actividad y fue ganando
honores, que eran premiados con insignias, las cuales se colocaban en la camisa
del uniforme scout. Él se sentía muy orgulloso con esas insignias.
En algún momento debimos sustituir insignias anteriores por las nuevas, ya no había espacio.
La
parte difícil llegó cuando me dijeron que tenían un campamento. Era de jueves a
domingo. Sebastián nunca había estado sin su mamá o su papá, ni por una noche.
La mayor parte de las tareas de la casa se las hacíamos o eran responsabilidad
de la señora que nos ayudaba. Hablé con la mamá y simplemente le dije que
Sebastián tendría un campamento, y le di la lista de lo que ella debería
aportar. No le consulte que opinaba, porque seguro me diría que no, por los
mismos temores que yo tenía. Durante toda la semana lo estuve motivando
acerca de lo importante que sería esa actividad. Aprender a encargarse de su ropa y otras obligaciones, participar en los juegos que tendría, compartir con los amigos una fogata, y dormir en carpa, Yo
hablaba en voz alta justamente para convencerme a mí mismo.
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